Llegaba de sus actividades cotidianas, de la vida agitada, a su refugio del mundo. Llegaba a ese lugar a ponerse cómoda, a descansar. No sabía la sorpresa que la iba a visitar.
Sin decir nada apareció sin decir nada, y claro, no había nada que decir. Las palabras a veces sobran y en esta situación era absurdo decir algo. Y para ella fue ver una luz de alegría, su esperanza.
Cuando al resto pareció no importarle nada más, ella lo invita a descansar, lo invita a él a su pedacito de cielo. Y es en ese momento en que el resto del mundo les deja de importar. Y lo incita a que comparta con ella su espacio, sus anhelos y sus miedos.
Él accede, en un principio tímido, y cuando todo el mundo dejo de importar de verdad comienzan a dejarse llevar, a dejar las máscaras de lado y a ser ellos, solamente ellos.
Se entrega a sus brazos, se siente cálida y protegida. Ella cierra los ojos y no puede creer lo que esta pasando, una sonrisa traviesa se asoma en su rostro. No es capaz de dimensionar lo que siente en ese momento, ya no hay nada más que decir. Hace tanto tiempo no se sentía tan feliz, ambos por fin no tienen nada que ocultar.
En ese momento es donde decide abandonar sus miedos, y ya no le parece absurdo como en un principio, sólo quiere quedarse detenida ahí, en ese momento, en aquella amalgama de sentimientos.